El elocuente debut de este quinteto suburbano y orillero demuestra que se puede celebrar frente a la adversidad. Música esencialmente porteña, sorprende por sus justas pretensiones, sus generosas metamorfosis y sus nulos prejuicios. La capacidad de fundir estéticas tangueras, balcánicas y hasta cuarteteras le abre a Locura Roquefort un vistoso abanico de posibilidades resolutivas para un seguramente profuso futuro musical. El concepto se completa con una poesía simple que facilita la identificación y que sostiene una vasta capacidad de trasladar historias a las canciones. Y en estas letras aparecen notables frases salidas de la pluma incisiva y sombría de Rodolfo Chaneton, cantante-poeta y compositor.
El álbum verde de Locura Roquefort abre con “La toalla”, canción gitana plausible de formar parte del repertorio de un Sandro aggiornado pero cuya letra bien podría ser la traducción de una de The Cure (sobre todo por frases como “Y va girando lento el reloj/ agujas rotas como mi ilusión/ este desierto desordenado es mi soledad tan fiel”). Cuando llega el momento en el que el personaje cuenta que “vuelven las ganas de emborracharme/ y salgo a bardear sin fe”, a través del lunfardo se ubican geográficamente en Buenos Aires y la historia termina con el tipo en cuestión robándose las toallas del hotel, “como buen argentino”. El segundo track es un cuartetazo con el acordeón de Gonzalo Domínguez en primer plano donde describen el velorio de “La Tía Quica”; en cuatro minutos alcanzan un clímax donde la guitarra de Facundo Vainat se muestra capaz de interpretar técnicas pulidas (hasta parece recrear “El vuelo del moscardón”) y cierra con una frase insuperable: “el olvido es un imán del cielo”. En “La canoa” existe un marco definitivamente neo-tanguero y cuando aparece la voz de Chaneton la canción gana características bien arrabaleras; y otra vez una frase que grafica todo: “Cerrar los ojos para no sentir/ perder la calma para no pensar/ poner el cuerpo para resistir/ esta sudestada”. “Romántico” es un relampaguito ska interpretado por “un romántico de la puta que lo parió” que habla sobre recuerdos que forman canciones de verano. “32 a la noche” es una bossa dulce acerca de una cena de fin de año en Villa Domínico en la que se muere la Tía Quica y culmina con una ilustración genial: “Por la avenida a toda velocidad/ tomando del pico sidra natural/ en un Citroen que le faltaba una puerta/ Desesperado fui a la plaza a fumar un cañete/ y estaban todos los pendejos tirando cohetes/ no voy a encontrar otro lugar mejor”. Ahí llega “Una mujer con sombrero”, jazzito con guitarra acústica tan desprejuiciado que en cierto momento se arrebata de pulso dance. La clausura llega de la mano de “Regue Harán”, un reggae nocturno tan porteño como “un choripán en la Costanera” o como una persona que “cada vez que abre la boca miente”.
No sabemos qué habrá detrás y adelante de Locura Roquefort, pero este puñadito de canciones atrapa. Acá hay algo de la temática oscura recurrente en Palo Pandolfo y un imperecedero tono barrial. Exhiben una cuota de talento capaz de remover el avispero y gambetear los clishés más obvios. Además, tienen el innegable crédito de haber encontraron una veta propia en la no muy difundida fusión de tango, rock y música balcánica. Convencen, aunque todavía no mostraron más que los compases seminales de la locura, bajo una actitud como de Navidark Decadente. Locura Roquefort es delirio divertido y encantador.