La calidez natural de Coiffeur libera un sólido fluido sensorial en esta cordial media hora de música. Así vemos como los aires espontáneos de un folk guitarrero mutan hacia la-confusión-algo-inocente-algo-perversa de un joven moderno metropolitano. Con respecto a su disco debut (“Primer corte”, 05) hay un claro avance hacia la consistencia sonora y el despliegue de rabia, más contenida que entonces, no se hace extrañar tanto. La estructura estética de las canciones se sigue sosteniendo por la preponderancia acústica y el tono nasal del cantante, pero la presencia de cuerdas, teclados y trompetas agregan sombras, reflejos y matices. De a poco las canciones desnudas le dan paso a una simplicidad neohippie sin ornamentos superficiales ni recursos ordinarios. Y buena parte del proceso de alteración debe estar fundamentado en la producción de Mariano Esaín.
“Que mala suerte” es una apertura tajante y urgente a dos tonos que termina desarrollando un estribillo con preguntas sobre cuestiones de las que no se quiere saber más. “En la frontera” muestra al artista rasgando las cuerdas de su guitarra con tenacidad; la letra recrea la transformación durante un viaje revelador por la Puna, pero la historia no es sobre montañas, rituales coyas o cabras sino que se limita a lo sucedido en una carpa. En “Casi que soy tu nombre” aparece una batería gorda tocada con escobillas que ayuda a recrear aires jazzeros. La interpretación de guitarra en “Vuelvas a casa” es de lo más pulido del álbum (incluye unos armónicos exquisitos); en ella Coiffeur le habla a la persona con quién duerme, que lo acaricia y lo acompaña hacia “una estampida de luciérnagas”. La temática viajera vuelve en “Cataratas”: ahí lo vemos al músico, descalzo en un tren, con una exquisita sección de cuerdas que alterna con los susurros de su voz. “Tan atentos a que nada” nos trae satíricas connotaciones de “goles rosas”, “besos en baldíos” y una entonación sobre un falsete dulce. “Como decirlo yo también” es una declaración afectiva sobre una melodía jazzy, y de ahí se parte hacia “Parece”, una canción de fogón para inadaptados con cresta. “Estampitas” se sostiene por un cálido arpegio matinal con dejos folklóricos y habla sobre fotos sacadas con la cabeza para ilustrar santuarios íntimos; finaliza con un juego de campanitas y mellotron que contiene una adorable tersura navideña. “Feriado” describe un día abúlico y desolado en apenas noventa segundos que logran reflejar la depresión típica de los domingos. “Perdida” cosecha toda la angustia y solemnidad de algún momento de aislamiento en el que el autor se sintió “tan vulgar como una canción de radio”. “Eso mismo” va de la tranquilidad acústica a la contundencia en el punto más rocker de la placa. “Mi unicornio” es un folk que bien podría formar parte de un compilado de canciones infantiles de alto rango; relata una odisea romántica con frutos silvestres, “piedras que cantan bajo el agua” y personas que montan grillos. El cierre es “Haga dudar” donde éste juglar posmoderno del oeste bonaerense declara que “las certezas me dan desconfianza/ quiero un beso que me llene de preguntas”.
El resultado de la escucha permite suponer la búsqueda de la belleza a través de lo simple, pero frecuentemente aparecen arreglos que denotan una aplicación técnica muy elaborada. Una de las características centrales de las letras es que en ellas abundan imágenes olfativas, visuales y sonoras. Y también existe cierta tendencia al uso de metáforas y la aparición de elementos de la naturaleza.
Coiffeur no necesita tomarse mucho tiempo para conmover. Como esos boxeadores fulminantes, le basta apenas un minuto y medio para llenarnos los oídos de sonrisas y cosquillas. “No es” crea cierta atmósfera de intimidad adolescente, con alusiones apasionadas que rondan lo ambiguo. Y se percibe una demanda: Coiffeur quiere que escuchemos sus canciones, pero también que creamos en su personaje. Abierto, transparente y puro como el aire de campo. Mimoso y enternecedor como niños en un pelotero.