Como una consecuencia percusiva (y popular) del Colectivo Eterofónico de Improvisación (Buenos Aires, circa 2000), Santiago Vázquez formó y dirige a La Bomba de Tiempo, un seleccionado de diecisiete notables percusionistas (Tiki Cantero, Alejandro Oliva, Mario Gusso, entre otros). El ensamble practica la improvisación dirigida: el director utiliza un sistema de casi setenta señas hechas con las manos, los dedos y otras partes del cuerpo. De esa manera, el director se transforma en un compositor en tiempo real. Su primer disco, grabado en vivo, capta la esencia de una fiesta de ritmos, interpretados con erudición y sentimiento, en un interesante ejercicio intelectual de resolución tribal. Se destaca “Tequila Champion”, con la trompeta de Rtchard Nant sobrevolando un filoso colchón de tambores en ralenti. Sus presentaciones ya son un clásico porteño de los lunes, al caer la tarde.
El cuarto disco de La Chilinga se llama “Raíces” y, como es habitual, tiene una presentación no convencional. En este caso, el contorno de un mapa de Africa. La elección no es casual: los roots de la música chilinga (igual que todo el rock y la gran parte de las expresiones musicales populares del siglo xx) remiten al continente negro. Pero en esta placa, el proyecto colectivo fundado y dirigido por Daniel Buira parece rastrear sus propias raíces: abre el álbum “Chinga Chilinga”, el tema de Rubén Rada que inspiró el nombre del grupo, en la voz de Pol Neiman. Luego, sobre la base percusiva que realizan los ¡200! integrantes del proyecto (de todas las edades, divididos en distintos bloques), se suceden distintos ritmos de América latina (Perú, Brasil, Chile, Argentina) y Africa, en formato canción y con variados cantantes y músicos invitados, además de las características recreaciones de los cantos a los dioses de la religión yoruba. Cada tema, igual que en el disco de La Bomba de Tiempo, tiene un texto explicativo.