Más allá de la presentación del álbum, el show estuvo cargado de emotividad: apenas una semana antes, la banda había protagonizado una de las tragedias del rock argentino, cuando un derrumbe en una discoteca en San Nicolás dejó cinco espectadores muertos en pleno show. Rescate de una nota publicada en la Revista Pelo Nº292, mayo de 1987.
La noche más triste, el día más feliz
“A veces una noche puede ser la más triste de tu vida, y el día siguiente el más feliz”. Con estas breves y sinceras palabras, Gustavo Cerati sintetizó el sentimiento que embargaba al trio Soda Stereo durante dos noches y los tres conciertos que realizaron en el estadio Obras. Estos fueron, sin duda, los conciertos más cargados de elementos extramusicales de la historia del grupo. Una semana antes, la tragedia extendió su mano negra sobre lo que debió ser una pequeña fiesta, un adelanto condensado de la gran ceremonia de Obras. Un show en la ciudad de San Nicolás al que asistieron poco más de dos mil personas derivó en una catástrofe que terminó con la vida de cinco jóvenes y dejó casi un centenar de heridos. Soda apenas había interpretado dos canciones cuando se produjo el derrumbe de una parte de la estructura del viejo local que aplastó a un grupo de chicos del lugar y vecinos de las inmediaciones, la mayoría de los cuales había acariciado por largo tiempo el sueño de ver a su banda predilecta por esos pagos.
Con esta carga emocional aún no digerida, Cerati-Zeta-Alberti salieron a enfrentar a una audiencia ansiosa de escuchar la presentación formal del disco “Signos”. El viernes fue sin duda el día más duro, la noche en que Soda debía exorcizar los fantasmas de aquella tragedia tan cercana. Y se notó cuál era el estado de ánimo de los músicos, se sintió que después del segundo tema, que el grupo comenzaba a relajarse lentamente. Entonces, conducido por un Cerati que paulatinamente fue soltándose, Soda creció mientras transcurrían los temas de “Signos”, sin dudas el mejor trabajo que la banda realizó hasta el momento. Con la precisión de una aceitada maquinaria, el trio recorrió las sutiles armonías de “Signos”, la fuerza arrasadora de “Persiana americana”, el ritmo irresistible de “Prófugos”, la fuerza contenida de “El rito” y la densidad casi sicodélica de “En camino”. Para reforzar la monolítica contundencia sonora del trio, se sumaron una sección de vientos, un coro de dos voces femeninas y el ya infaltable tecladista, que en esta ocasión significó la novedad del recambio de Vón Quintiero por el novel Daniel Saiz. Con este apoyo, Soda multiplicó por momentos su caudal sonoro, aunque algunos baches hacen prever que lo mejor aún está por venir. Lo más destacado fue la inclusión de los caños, un cuarteto que lució ajustado en cada intervención y además sumó un elemento estético de indudable valor. El nuevo tecladista todavía parece estar acomodándose a los requerimientos del trío, habrá que esperar para emitir un juicio definitivo.
Muchas veces hablamos de las bondades musicales de Soda Stereo y particularmente de su último álbum, “Signos” es la primera gran sintesis musical que hace el grupo en su carrera; es la culminación de la evolución y la maduración de un estilo musical, una estética y una ideología claramente explicitadas. Y aunque muchos de los que hoy le rinden pleitesía hace apenas un año los vapuleaban tratándolos de “plásticos”, los Soda simplemente arribaron al final del camino lógico que eligieron recorrer. Por eso no hubo grandes sorpresas sino confirmar una vez más que estos músicos evolucionan constantemente y que lejos de atemorizarse o perpetuarse en rótulos y estilos, optaron por la libertad creativa. Esa convicción que sólo sabe de concesiones de su propia sensibilidad es la que los llevó donde hoy están. Ellos lo saben, y el público también.